Una pintura vive su propia vida, aparte de la vida que uno le puede dar. Mi ideal es que quienes contemplan mis cuadros sufran una transformación en su mente, o que perciban la alegría o la espiritualidad que le he transmitido, que se trasladen a esos estados de contemplación mística, que puedan recordar o ver la belleza del color del mar, de los lagos, del cielo o de un pedazo del paisaje.
Quisiera que sienten una vivencia de una realidad más profunda, más intensa. Pertenezco a una generación que se lleva dejar por el instinto y que trabaja bajo los dictados del inconciente. Creo que es una forma de liberarme y que me independiza de las reglas establecidas. Hago lo que quiero, sin preocuparme de las tendencias, de lo que está de moda. Hago lo mío y pretendo solamente que la gente goze, se alegre o sienta con lo que les presento.
Amo la naturaleza, el mar, el amor y la tristeza, acepto agradecida cada detalle que me brinda cada día, cada rincón de la calle, del campo, del mundo. Mis cuadros a veces son un misterio para mí, los he creado y como hijos me sorprenden cada vez con algo nuevo, que aparece, con su maduración diaria. Ojalá que ellos sean aceptados por la sociedad. Les he dado lo mejor que puedo en estos momentos.
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